Durante su vida Totila dedico su vida en el desarrolló una obra en gran
parte solitaria, en la que adhirió poco a grupos o tendencias estéticas
definidas. Conocido como un escultor un tanto asceta, fue también poeta y
músico, actividades a las que sin embargo casi no se le asocia en la
actualidad. Más bien podríamos decir que en general, toda su obra, tanto
plástica como literaria y musical, ha sido poco abordada y reconocida, en parte
porque una buena proporción de ella se encuentra aún sin ser publicada (su obra
poética y musical) y porque muchas de sus creaciones se encuentran en
colecciones privadas (en el caso de la escultura). Afortunadamente para el gran
público, algunas de sus creaciones se encuentran en plazas públicas, centros
culturales y museos del país.
Considerado uno de los escultores más importantes de la primera
mitad del siglo XX en la escena nacional por la renovación modernista que
impulsó en el arte y que lo hizo alejarse de los cánones académicos, la obra de
Albert encierra aspectos que van más allá de la mera transformación estética.
Según las declaraciones del psiquiatra Claudio Naranjo,
amigo personal del artista, toda su creación formaría parte de un importante
proceso personal de descubrimiento y transformación psicológica que Albert
habría desarrollado a lo largo de su vida.
Para el artista, música, poesía y escultura habrían sido
vías de autoconocimiento y no sólo vehículos de transmisión de ideas o
emociones que esperan llegar a un receptor desconocido. Escultor, poeta y
músico de sí mismo, como se autodefinió, Albert utilizó la creación artística
como medio y como fin para explorar las profundidades de su psiquis y a la vez
trascender ese proceso individual en la comunicación con otros.
En sus propias palabras:
"Escribir poesía (pues considero que mi expresión
más plena es la poesía, y para mí hay una unidad de intención tanto en mi
trabajo de escultor como en mi labor de poeta), es estar fuera de sí. ¿Dónde
estoy, entonces? No lo sé, pero no en este cuerpo. Desaparece toda impresión
sensorial. Sólo las prolongaciones de los sentidos, más allá, siguen activos.
Cuando termino, poco a poco compruebo mi cuerpo, la mesa, la ventana, el cielo.
Es como si sonámbulo, hubiese vagado por el universo”.
En este sentido, dos aspectos en su obra escultórica
resultan interesantes, por un lado, su búsqueda permanente por la unión de los
contrarios como una forma de alcanzar la plenitud en el ser humano, y por otra,
su interés por armonizar estos aspectos en el contexto en el que le tocó vivir
y que va más allá de sí mismo, es decir en el espacio latinoamericano.
La integración de los opuestos en un todo, a la manera del
ying y el yang oriental o de la teoría del amor de Platón, está presente en
Albert en obras como Cuerpo y Alma (1928), Arcoiris (1941), La
Danza (1942), Monumento a Rodó (1944), La tierra (1957), El
nacimiento del yo (1958) o El aire (1959), entre
otras. Todas, obras en las que es posible reconocer la armonización que el
escultor buscó en sí mismo y que a la vez quiso transmitir a otros.
En Cuerpo y alma (1928), una obra
temprana de su trayectoria, vemos como los aspectos materiales y espirituales
del hombre se reconocen, se unen y se acogen entre sí en un abrazo fraterno.