El arte ha servido para contar la historia y costumbres
de los pueblos, así como para fines sociales. Lo que no se realiza de una
manera “artística” es susceptible de no ser considerado valioso; por tanto,
puede abandonarse y consecuentemente perderse con la posibilidad de servir a la memoria de los
pueblos y a la creación de un sentido social por medio del arte.
Los artistas hacen un llamado al público, difícil de
eludir. Se ha organizado un conjunto de acciones, como la gran exposición,
conferencias, conciertos, performances y obras de teatro que nos obligan a
tomar conciencia sobre una realidad desesperante e injusta, que se perpetúa.
La exposición resalta un hecho: el arte ha servido a los
medios para denunciar, y debe ser un propósito no sólo de una minoría sino una
empresa común de gran envergadura. Si puede parecer una moda, una disculpa el
escoger estos temas, se debe a la herencia que nos acostumbró al arte en
función del mismo arte.
Por medio de manifestaciones como fotografía, video
y cine, la realidad del destierro en Colombia y en otros lugares del
mundo se levanta frente nosotros con ímpetu. Comunican detalles en los
que no habíamos pensado.
A través de los detalles más insignificantes se amplía
nuestro conocimiento y personalización de las tragedias. Éste nos involucra y
al estar involucrados nace el deseo de actuar.
El fotógrafo Jesús Abad sus fotografías, tal vez la obra
más contundente cuya veracidad es evidente, nos obligan a sentir compasión, a
compartir la angustia del destierro, la tragedia de las pérdidas afectivas y
materiales y la incertidumbre frente al futuro. Allí vemos nuestra historia
revelada por un ojo valiente, elegante y justo, pues nunca exagera, ni minimiza
los acontecimientos; nos muestra las cosas como son.
La serie de fotografías de Ruanda, del fotógrafo Jonathan
Torgovnik, cuenta sobre el lugar de la mujer en los conflictos políticos: junto
con los niños, ellas son las dolientes principales. Se enfoca en la historia
común de todas las mujeres sobrevivientes al conflicto político-social: ver
asesinado al marido, muchas veces torturado, ser despojadas de las
pertenencias, de la tierra, y ser violadas sin tregua, muchas veces hasta la
muerte, con la condena irónica de procrear hijos, y la incertidumbre sobre si
será posible amarlos. Lo punzante es que más tarde estos niños se convierten,
en muchos casos, en la salvación, pues son la única ayuda para enfrentar la
vida. Es una contradicción dolorosa, que hace llorar.