He ahí un tema actual
que goza además de actualidad, pero que conviene acotar si desea evitarse una
excesiva diseminación del mismo, y así reducir el número de ambigüedades en las
que se pudiera tropezar con relativa facilidad, si bien, eso sí, concediéndome
un razonable margen de libertad sobre el que verter mi opinión. Por lo tanto, supuesto
un pacto de carácter afirmativo sobre la posibilidad real de la enseñanza
artística (que agruparía cuanto menos un bloque de formación científica y
tecnológica como transmisión tangible de conocimientos y otro de estimulación
artístico-humanista), centraré.
La
aproximación al tema que supone este artículo en otra cuestión que considero
igualmente básica: aspectos del papel que juegan y pueden desarrollar estas
enseñanzas en el seno universitario, por lo que me permito invitar al lector a
recorrer conjuntamente el hipotético trayecto que conecta la práctica del arte
con la Universidad y ver de arrojar alguna luz sobre la consistencia y utilidad
de la mutua aportación. DE LA NATURALEZA DE LAS ENSEÑANZAS.
Se hace necesario iniciar el recorrido desde
el posibilismo pedagógico al que be aludido, para así redescubrir cuestiones generalmente
poco tratadas sobre algunas características de este asedio a la realidad que en
última instancia resulta ser la práctica artística y por extensión su
enseñanza. Arte, Individuo y sociedad
Editorial Universidad Complutense. Madrid, (1990)
“El arte no puede enseñarse, pero ciertamente puede aprenderse”. El arte no es
sólo una forma de expresión, constituye también una forma de conocimiento.
Aprovechar su ejercicio (incluida la aceptación de prácticas tradicionales como
la pintura, escultura o el dibujo) puede ser un medio capital para el
desarrollo de la capacidad perceptiva, la interpretación del entorno y la comprensión,
a su vez, de los distintos lenguajes artísticos.
La
experimentación artística constituye una forma peculiar y diferenciada de
abordar el mundo, del que extrae un tipo de conocimiento específico.
El
arte la contemplación de las cosas independientes del principio de la razón, nos lleva inmediatamente hacia cuestiones como
la posibilidad de aplicar a la docencia artística una filosofía como la que se
apunta, e incluso relacionar su posible generalización con aquellos objetivos
de carácter social que se deseen alcanzar; sobre todo teniendo en cuenta que
tales objetivos se corresponden necesariamente con los de una institución como
la universitaria, que padece además una fuerte masificación.
Porque una cosa es
pensar en términos de una enseñanza enfocada hacia unos pocos futuros
profesionales del ejercicio de las artes, y otra bien distinta la enseñanza
dirigida a un elevado número de futuros licenciados que además de poseer un
buen nivel formativo podrían cubrir los vacíos que el mercado de trabajo como
reflejo y receptáculo de las necesidades sociales puede ofrecer y cuyo status
pertenece todavía al ámbito de la improvisación y al autodidactismo.
Especialmente
al elevado número de profesiones vinculadas a lo artístico que ya existen y
demandan una mejora cualitativa de su ejercicio, que, lógicamente, repercutirá
en el cuerno social de forma muy positiva. Es ésta cuestión que debe afrontarse
con claridad, porque si bien ambos objetivos son loables, su posible
compatibilización podría inducimos a confundir los planteamientos generales y
estructurales de los centros en cuyo seno se adscriben: las Facultades de Bellas
Artes.